Quien atrapa las tortugas debe comérselas, dice un refrán de la Antigüedad.
Ipsi testudines edite, qui cepistis.
El origen de la expresión es el siguiente. Se dice que un grupo de pescadores atrapó una gran cantidad de tortugas. Una vez cocinadas, descubrieron que estos animales marinos eran bastante menos comestibles de lo que creían: pocos miembros del grupo estaban dispuestos a comérselas.
Pero quiso la casualidad que Mercurio pasara en ese momento por allí: Mercurio era un dios polifacético, el que todo lo unía, pues era el dios del comercio y de la abundancia, de los mensajeros y del inflamando, amén de ser el patrón de los ladrones y los forajidos y, por supuesto, el dios de la suerte.
Los pescadores lo invitaron a comer tortuga con ellos. Pero Mercurio, sabiendo que lo invitaban a comer para liberarse de un alimento no deseado, los obligó a ingerir las tortugas, estableciendo así el principio según el cual tenemos que comernos aquello que suministramos a los demás.
Aplicando este refrán a la atención médica, ¿cuántos profesionales se recetarían a sí mismos los mismos fármacos que recetan a sus pacientes?
Desconozco la respuesta exacta o si se han realizado investigaciones, pero estoy seguro de que nos sorprendería la cantidad de profesionales que no se recetarían a sí mismos lo que recetan a sus pacientes.
Y es que cuando visites una consulta médica has de recordar que el doctor, a pesar de su aspecto autoritario y su bata blanca, es alguien que se encuentra en una situación delicada. Él no es tú, ni un familiar tuyo, por lo que no experimenta una pérdida emocional directa si tu salud se degrada. Pero, como es natural, quiere evitar que le demandes, porque eso podría resultar desastroso para su carrera.
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